EL FIN DE LOS SUEÑOS

 

Todas las otras vacas la rodeaban. Juntaban sus cuerpos como para darse calor y seguridad. Ella, adolorida continuaba con su proceso de parto. Rompió fuente y repetidamente arqueaba su espina dorsal en los movimientos requeridos para expulsar su cría. Pasaba el tiempo y se veía más alarma entre sus compañeras que bramaban inquietas y se acercaban cada vez más sintiendo el olor de ese cuerpo sudoroso. La vaca inexpresiva continuaba pujando sin ningún resultado.
La llevamos al establo. Allí desmayada y sin fuerzas, ella dejó que la cría naturalmente buscara su salida. De este fallido proceso de parto, sólo se visualizaba una pequeña parte de las manos del animal. El color negro de los miembros de la ternera por nacer, contrastaba con el rojo de la sangre que ya brotaba sin cesar. Los cascos visibles se agitaban como pidiendo ayuda. En medio del olor a sangre tibia, las demás vacas se pararon en fila a la entrada del establo, mirando en dirección a su compañera y repetidamente rasgaban el ambiente con sonidos gruesos, alargados y tristes.
Después de ocho horas del infructuoso proceso de parto, las manitos de la cría sobresalían ya inertes. Pasaron muchas horas removiendo las entrañas de la parturienta y todo sin resultado. La cría venía muy atravesada, o tal vez tenía una malformación que impedía su salida y cada vez la hemorragia de la madre era más fuerte. Definitivamente la ternerita ya estaba muerta y aún seguía en el útero de su madre. Mayordomo, parteros, veterinarios, todos sugerían sacrificar la vaca para que no sufriera más. Y al final surgió como única solución hacerle una cesárea.
En medio de pinzas y sábanas blancas, el animal permanecía tendido sobre el piso del establo. Hasta que por fin Mariposa se quedó quieta bajo los efectosde la anestesia general. Por una herida de más de 30 centímetros surgió el útero como un balón rosado. Cuatro manos enguantadas recorrieron las entrañas de la vaca en la búsqueda de su cría ya inerte. Por fin encontraron sus patas y luego del tercer intento, salió a la luz el cadáver de una hermosa ternera negra.
Desde hace muchos años yo había olvidado llorar y hasta llegué a extrañar el deseo de hacerlo. Pero al presenciar la cesárea de Mariposa, sentí muy de cerca el dolor y mi cuerpo recobró su sensibilidad al llanto.
Toda esta situación me llevó a visualizar un balance negativo. Por muchas circunstancias sentí que había fracasado el proyecto lechero que por más de 30 años yo venía trabajando. Pensé en vender la finca y al recorrer la autopista de regreso a la ciudad, empecé a despedirme de mi tierra y de mis sueños.
En las horas de la madrugada aún continuaba con mi viaje de regreso y en medio de una tos persistente, yo trataba de respirar con fuerza el aire de las montañas. Pretendía conservar dentro de mi tal vez la última bocanada del aire puro de mis tierras.
El silencio que me rodeaba se rompió cuando escuché en la radio del campero la mejor tonada de amistad que como despedida me había dedicado el médico Aguilar antes de fallecer: tu eres mi hermano del alma, realmente mi amigo… el más fuerte en horas inciertas… y entonces me quebré. Recordé amigos, sueños, juventud, proyectos y concluí que ahora ya no quedaba nada.
A pesar de todo no me di por vencida y sentí que había mucho amor y experiencia, por lo tanto era necesario volver a empezar.

 

YA NO HAY UN PARAISO

 

Sobre la tierra amarga, la mujer lloraba y su llanto se rompía como el cristal al tocar el suelo. La cría que murió, bramaba tanto que hubo necesidad de enterrarla para que callase.
A lo lejos, la vida seguía y en el tapete verde esmeralda, se destacaba el rebaño de vacas que llevaba la noche en su piel. El hato estaba compuesto por hembras a las que intentaban reproducir por inseminación artificial. Allí no había espacio para machos.
En el ambiente sólo hablaba el silencio mientras la naturaleza se reía. Ya estériles, los animales que habitaban el predio, deambulaban lentamente por el pasto y sobrevivían como títeres de la naturaleza. Ni la presencia ocasional de machos, ni medicamentos, ni agroquímicos habían logrado romper este ciclo de sequía reproductiva.
El campo no reaccionaba. Para el no eran suficientes los correctivos y esmerados cuidados que le brindaban. La tierra, a pesar de estar regida por una mujer dadivosa y protectora, se negaba a sostener la vida de las pocas crías, que a exagerados precios se lograban concebir por inseminación artificial.
Mientras el hato se diezmaba, la hierba en los potreros se extinguía, a la vez que el agua era cada vez más escasa, más turbia e impotable. Ya era casi imposible la existencia y persistencia de la vida, porque nuestra madre tierra con sus aguas y campos contaminados, también impedía fecundar a las madres que llegaban de otros campos.
Nuestra gea ya no era el paraíso, simplemente se había convertido en un infierno.

 

SONETO A LA DESESPERANZA

 

Es historia violenta, es olvido

Es odio punzante, amor doliente

Es morir al sentir estar ausente

Es vano querer rehacer el nido.

 

Es el partir para buscar descanso,

Es perder la paz y en un instante

sentirse perseguido, agonizante.

Es encontrar la guerra en un remanso.

 

Es iniciar al terminar la vida,

Querer vivir estando en agonía

Es abrir muchas puertas sin salida

 

Es no regresar y tras la partida

quedarse viviendo en la lejanía

Es morir reconociendo cobardía

 

                                                                    TE HAMO

 

Escrita así, débilmente, como para que la borrara el polvo, aparecía esta declaración. Siempre la encontraba deletreada en forma insegura, temblorosa, con el mismo estilo y con la misma H antes de la palabra amor, como si para el escritor ésta fuera la mejor y más elegante forma de escribir esta palabra y un recurso muy significativo para impresionar en su proceso de conquista. Se distinguía claramente su trazado sobre el marco metálico de mi ventana, allá en la casita que tengo a bordo de la carretera polvorienta de la vereda.

 

A la declaración de amor se la llevó el polvo y la remplazó un ramito de flores silvestres, colocado dentro de la caja metálica del contador de luz. La lectura de los rastros de cagajón alrededor del poste de energía, me daba a entender que sólo un jinete montado en su caballo era capaz de alcanzar esta altura. Y allí junto al nido de los pajaritos, se fue secando el ramo de las flores silvestres, hasta confundirse con las pajas del nido de las aves.

 

Los varios estacones del cercado tirados en el piso y los abundantes cagajones en el patio, me decían que el jinete enamorado manejaba un caballo brioso. Un animal que no soportaba largas horas de espera y un jinete que a su vez sí soportaba la espera de muchas horas.

 

El encontrar mi ventana abierta, la cama destendida y aún tibia y el rastro de cagajón fresco en mi patio, me advertían que el jinete enamorado estaba agrediendo mis espacios y marcando territorio.

 

Aldabón con gran candado en la puerta de la casa, rejas metálicas en las ventanas y portón de hierro a la entrada de la finca, marcaron los linderos de mi propiedad y trataron de darle seguridad a todos mis espacios. Abandoné la finca, dejé morir los jardines y el bambú ingresó al patio de la casa.

 

A mi regreso, volvieron las flores al jardín, la luz entró por las ventanas y la maleza desocupó la propiedad. Pero el jinete enamorado jamás regresó.  

 

Cuando a los lejos escucho el galopar de un caballo, espero su cercanía, para abrir la ventana y escudriñar los rostros de los hombres para buscar una cálida mirada, la sonrisa de un te quiero, la ira de una pasión abandonada, o como mínimo el saludo cordial de un buen amigo. Y sí entiendo muchos saludos respetuosos, sonrisas cariñosas, gestos de agradecimiento o admiración. Y es tradicional que los jinetes al pasar por mi lado, levanten sus sombreros y pronuncien mi nombre acompañado de un clásico y sonoro Mi Doña!

Finalmente me doy cuenta que el jinete enamorado ya no existe, o que tal vez no existió, o que sí existió ya abandonó su primitivo proceso de conquista. Y Aún hoy después de muchos años, siguen estas incógnitas sin respuesta.

 

Pero frente a estas dudas se anteponen los rastros de la ira. Navidad, la vaca que nació el 24 de diciembre y el más hermoso de los animales, una mañana la encontré con la cola recortada a la mitad y con la ubre vacía. La habían atacado en la noche y además de dormir junto a ella como lo demostraba la cama formada por hierbas acostadas, habían extraido todo el contenido de su leche. Desde la época en que abandoné la finca, las vacas no se reproducen, los pastos no crecen, la tierra se desmorona, el agua enferma mi ganado. Hay muchos síntomas de una presencia llena de rencor que recorre mis predios.

 

Y para continuar con la relación de anormalidades, encontré que se perdieron cuatro novillonas, que el potrero resembrado apareció inundado de barbasco, una de las plantas más letales que se conocen. Mono, mi hermoso perro labrador después de su cotidiano paseo lo encontramos con graves heridas en su piel. Los conejos al momento de criar mueren y los gatos se comen los palomos.

 

Y después de cada trauma vuelve otra vez la duda a rondar por mi cabeza: El causante será el jinete rechazado?

 

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